miércoles, 30 de diciembre de 2009


Una nueva reflexión sobre el diálogo entre la Iglesia Católica-Romana y la Iglesia Anglicana
Por Rodrigo Contreras*

Con motivo de la reciente publicación por parte de la Iglesia Católica Romana de la constitución apostólica Anglicanorum Coetibus, aprobada recientemente por el Papa Benedicto XVI, que permite crear ordinariatos (o pequeñas diócesis no territoriales) destinados a acoger a grupos enteros procedentes de la Iglesia Anglicana que se encuentran inconformes con algunas decisiones como la ordenación de mujeres y de homosexuales como sacerdotes y obispos pero que quieren conservar sus tradiciones anglicanas, nuevamente el diálogo entre la Iglesia Anglicana y la Iglesia Católica-Romana vuelve a la escena luego de un aparente estancamiento, y hay quienes consideran que es el primer paso para que ambas iglesias se reconcilien. Sin embargo detrás de esta decisión hay algunas cosas que es necesario analizar.

Así que este parece ser un buen momento a la luz de los últimos acontecimientos para que como anglicanos comprometidos con el presente y futuro de nuestra Iglesia, nos tomemos un momento en la reflexión de este diálogo, que debería ser importante para ambas Iglesias en la búsqueda de la unidad (como un primer paso para la reconciliación de los cristianos) y así contribuir a la reconstrucción de la Iglesia que profesamos que es: Una, Santa, Católica y Apostólica.

Tras la conclusión del Concilio Vaticano II y el gran espíritu ecuménico que surgió después de este, tras más de 400 años de separación y distanciamiento entre nuestras Iglesias, en 1966 el Arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey se reunió en Roma con el Papa Paulo VI para iniciar una nueva era ecuménica entre nuestras Iglesias con vistas a la remoción de las causas de nuestro conflicto y restablecer la unidad.


Con esta finalidad se estableció la ARCIC, que ha producido una serie de acuerdos conjuntos: sobre doctrina eucarística en 1971; sobre ministerio y ordenación en 1973; y dos acuerdos en autoridad en la Iglesia, en 1976 y 1981; que fueron presentados ese mismo año (acompañados de algunas aclaraciones) como El Reporte Final, que al parecer habían removido en gran medida los puntos sustanciales en áreas donde nuestras Iglesias habían estaban en permanente discordancia y conflicto, tras nuestra separación.


Estos acuerdos fueron reconocidos por la Conferencia de Lambeth de 1988 y ratificados en la de 1999 como congruentes “en sustancia con la fe de los anglicanos”.

El gran avance conseguido por la ARCIC logró su punto más alto en mayo de 1999 al presentar el documento titulado "El Don de la Autoridad", el cual proponía que en una en una eventual reunión los anglicanos pudieran aceptar la primacía papal bajo ciertas condiciones claras, así como retos para ambas comuniones si se comprometen a una vida común. Asimismo el Papa Juan Pablo II convocó a los lideres de otras Iglesias en su encíclica Ut Unum Sint (Que todos seamos Uno)[7], para que juntos reformaran el rol del papado, de manera que juntos encontraran la manera que el ministerio del Obispo de Roma pudiera ser ejercido en una situación nueva.

Un balance de 30 años de diálogo fue hecho por obispos anglicanos y católicos romanos reunidos en Toronto, Canadá en abril del 2000; los cuales encontraron que ya era tiempo de que se firmara una declaración conjunta de fe, para lo cual habían acordaron se formara una comisión conjunta que se dedicará exclusivamente a prepararla. Finalmente del 26 de agosto al 3 de septiembre del 2000 la ARCIC se reunió en Paris para definir la forma en que se iban a poner en marcha los acuerdos tomados en la reunión de obispos y perfilar el futuro del diálogo.

Hasta aquí parecería que se había alcanzado un gran consenso entre nuestras Iglesias hacia un reconocimiento común, sin embargo nuevamente e ignorando el gran avance de 30 años de diálogo ecuménico no sólo entre nosotros, sino también entre otras confesiones cristianas, la Iglesia Católica Romana en el año 2000 publicó el documento Dominus Iesus (El Señor Jesús), en el que retomó su antigua posición con respecto a las demás confesiones cristianas de ser la única y auténtica encarnación de la Iglesia de Cristo, y decir que aunque reconoce fuera de su comunión “muchos elementos de santificación y verdad” en las iglesias y comunidades eclesiales separadas de la Iglesia Católica Romana, “su eficacia, principalmente de estas últimas “deriva de la misma plenitud y gracia que fue confiada a la Iglesia Católica (Romana)”, con lo que se declara Madre de todas las denominaciones cristianas.

Sin embargo y pese a todas las voces que pronosticaban que esto detendría el dialogo ecuménico en el 2001 se creó la Comisión Internacional Católico Romana-Anglicana para la Unidad y la Misión, una estructura a nivel episcopal que busca promover iniciativas prácticas capaces de expresar el nivel de fe compartida por anglicanos y católicos, la cual se dio a la tarea de preparar la publicación de un documento común sobre la fe. En 2007 elaboraron el documento “Creciendo juntos en la unidad y la misión”, que reconoce la imperfecta comunión entre las dos iglesias, pero dice que existe suficiente terreno común para realizar “este llamado para la acción”. Asimismo reitera que “la Iglesia Católica Romana enseña que el ministerio del Obispo de Roma es el primado universal de acuerdo con los deseos de Cristo para la Iglesia y un elemento esencial de mantenerlo en unidad y verdad”. Por lo que "Urgimos a los anglicanos y católicos romanos a explorar juntos el misterio del Obispo de Roma y pudiera ser ofrecido y recibido para ayudar a nuestras comuniones a crecer hacia una completa comunión eclesiástica".

En el 2005 la ARCIC publicó la declaración “María: Gracia y Esperanza en Cristo, con el cual dio importantes e inesperados pasos hacia una comprensión común de la Bienaventurada Virgen María. Sin embargo el Papa Juan Pablo II suspendió las pláticas oficiales entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Anglicana luego de la consagración de Gene Robinson, un hombre homosexual en una relación no-célibe, como Obispo en la Diócesis de New Hampshire de la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos.

Finalmente ahora con esta constitución apostólica el Papa parecería estar dando un paso adelante en este camino hacia la unidad, sin embargo hay que tener en cuenta algunos antecedentes. Durante los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, quien durante todo su pontificado demostró un verdadero espíritu ecuménico y puso como punto número uno de su labor la reconciliación de los cristianos, el Cardenal Joseph Ratzinger (hoy el Papa Benedicto XVI), entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un ultraconservador, con el pretexto de guardar la ortodoxia de la Iglesia Católica Romana y aprovechando la enfermedad del papa emitió varios documentos que pusieron en peligro el diálogo entre nuestras Iglesias específicamente, en primer lugar sin que estuviera justificado de ninguna manera, emitió un comentario a una carta del Papa titulada Ad Tuendam Fidei (En Defensa de la Fe), poniendo como ejemplos de doctrinas que sin ser consideradas “divinamente reveladas” deben ser tomadas por los católicos-romanos como obligatorias por haber sido “establecidas definitivamente por la Iglesia con su carisma de infalibilidad”: la ordenación sacerdotal exclusiva para los hombres y la reiteración de la declaración de León XIII con respecto a la nulidad de las ordenes anglicanas, en un momento en que el que la ARCIC había declarado que se podría reconsiderar el veredicto de Apostolicae Curae, y curiosamente este documento salió apenas unos días después de una reunión de la ARCIC y el documento Dominus Iesus salió justamente cuando estaba a punto de darse una declaración conjunta entre nuestras Iglesias.
Por lo que no es de extrañar que ahora desde su posición de Papa intente poner en práctica su propia visión del ecumenismo, de que fuera de la Iglesia Católica Romana no hay salvación, por lo que cualquier unificación de los cristianos debe de darse al interior de la Iglesia. Y es que con este nuevo modelo de ordinariatos en primer lugar en cierto modo aprovecha una crisis interna de la Comunión Anglicana para poner sus condiciones al dialogo y en segundo lugar lo implementa tomando como base el Dominus Iesus y el Apostolicae Curae, ya que los sacerdotes anglicanos que sean recibidos tendrán que ser reordenados, en lugar de haber dado un paso adelante como reconocer la validez de las ordenaciones anglicanas y continuar con la reforma al papado propuesta por su antecesor.

Y es que tal y como establece el documento Unitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II, “el verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior” y por lo tanto un diálogo realmente ecuménico no se puede dar en un contexto de yo soy la única Iglesia verdadera y las reglas para la reunificación de los cristianos las pongo yo, que es lo que en pocas palabras quiere decir la Iglesia Católica Romana con esta constitución.

Es en este punto donde las opiniones se dividen en torno a dos cuestiones: unidad de fe o unidad orgánica. Para unos una declaración conjunta sería el fin último del movimiento ecuménico, mientras que para otros no se pueden separar ambas cosas. La cuestión es como podemos interpretar las palabras de nuestro señor Jesucristo quien oro al padre para que sus seguidores fueran uno “así como nosotros somos uno... y el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Cf. Jn 17,22-23). ¿Acaso no la unidad entre el Padre y el Hijo no es una comunión perfecta, como la que tendría que tener la Iglesia?

En 1991 ARCIC lanzó un documento titulado “La Iglesia como comunión”, donde muy claramente expone porque la unidad espiritual no es suficiente explicándolo de la siguiente forma: “Para un cristiano la vida de comunión significa compartir en la vida divina, siendo unidos con el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo, y consecuentemente estar en compañerismo con todos aquellos que comparten el mismo don de la vida eterna. Esta es una comunión espiritual en la cual la realidad de la vida por venir ya está presente. Pero es inadecuado hablar sólo de una realidad espiritual invisible como el cumplimiento del deseo de Cristo para la Iglesia; la profunda comunión ideada por el espíritu requiere una expresión visible. El propósito de la visible comunidad eclesial es encarnar y promover esta comunión espiritual con Dios”.

“Para que todas las iglesias estén juntas en comunión, en la única comunión visible que Dios desea, es requerido que todos los elementos constitutivos esenciales de comunión eclesial estén presentes y mutuamente reconocidos en cada uno de ellos. Entonces la comunión visible entre estas Iglesias es completa y sus ministros están en comunión mutua. Esto no implica necesariamente el mismo orden canónico; la diversidad de estructuras canónicas es parte de la aceptable diversidad que enriquece la única comunión de todas las iglesias.

De hecho esto se viene proponiendo desde las Conversaciones Malinas en un documento titulado “The Church of England united not absorved” (La Iglesia Anglicana unida no absorbida) de 1925, en la que propone o establece que podría haber una formula para que tras una eventual unión la Iglesia no perdiera su autonomía, leyes internas y liturgia, este modelo lo podemos encontrar en algunas iglesias orientales que regresaron a la comunión con Roma.

Creo que el trabajo de la ARCIC durante este tiempo nos ha mostrado que nuestras diferencias en cuanto a fe, práctica y visión de la autoridad no son irreconciliables, AUN SI CONSIDERAMOS EL MODELO CENTRALIZADO DE AUTORIDAD ACTUAL DE LA IGLESIA ROMANA, YA QUE COMO HEMOS DICHO EL INFORME ESTABLECE QUE EN UNA IGLESIA RE-UNIDA LAS DECISIONES SE TOMARÍAN DE MANERA COLEGIAL Y NO POR UN SÓLO HOMBRE.
ARCIC dice que la comunión con la sede de Roma podría traer a las iglesias de la Comunión Anglicana no sólo una amplia koinonia sino también un fortalecimiento de poder para realizar su idea tradicional de diversidad en unidad. Los católicos romanos, por su lado serían enriquecidos por la presencia de una tradición particular de espiritualidad y escolaridad que le falta, la cual ha privado a la Iglesia Católica Romana de un precioso elemento en la herencia cristiana. La Iglesia Católica Romana tiene mucho que aprender de la tradición sinódica anglicana de involucrar al laicado en la vida y misión de la Iglesia.

Podemos concluir que pese a esto no debemos perder los logros obtenidos en este diálogo ni en ninguno de los que participa la Iglesia Anglicana, y podemos ver que aun falta camino por recorrer (principalmente del lado católico romano) antes de alcanzar un acuerdo pleno de unidad, ya que existen obstáculos aparte de los ya comentados, tales como la ordenación de mujeres al sacerdocio , el reconocimiento de las ordenes anglicanas, y el asunto de la pretendida infalibilidad papal que no fue afirmada ni negada en el último documento de la ARCIC directamente, entre otros que harán que aun haya cuestiones por definir antes de asentir una eventual unión.

Cabe señalar que el pasado 23 de noviembre se reunió un comité preparatorio para definir la tercera fase de la ARCIC, y en ese encuentro se definió que esta nueva etapa iniciará el próximo año y durante la misma se "tratarán cuestiones fundamentales" sobre la Iglesia universal entendida como una comunión. Así como el modo en el cual la Iglesia puede discernir, en esa comunión, "la correcta enseñanza moral".
Fotos:
1. El Papa Paulo VI recibió al Arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey, en la Capilla Sixtina durante su visita al Vaticano el 24 de marzo de 1966. Se trato de la primera visita de un Arzobispo de Canterbury a Roma desde la Reforma.
2. El Arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, y el Papa Juan Pablo II durante su primer encuentro el 4 de octubre del 2003.

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