lunes, 20 de abril de 2009

Vida Anglicana- Pascua 2009


Editorial

“No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: 'Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo. Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.” (Mc 16,6b-8).


Con frecuencia, en las Escrituras se les ha pedido a personas de fe que no tengan miedo cuando Dios está a punto de obrar grandes portentos en sus vidas. A veces cantamos el corito: “¡Abre mis ojos, quiero ver a Cristo!” Pero, ¿qué es lo que queremos ver? ¿A quién buscamos? Aún más importante, ¿estamos preparados para recibir lo que nos venga de lo alto?


Las mujeres muy temprano fueron al sepulcro de Jesús a embalsamar el cadáver, cosa que no pudo hacer José de Arimatea porque el sábado se echaba encima. Encuentran la piedra corrida y el sepulcro vacío. Despavoridas por la desaparición del difunto y sin poder explicárselo, se refugian en el silencio.

Tal vez fuera bueno preguntarnos a nosotros mismos. ¿A qué venimos a la iglesia? ¿Venimos porque esperamos encontrar a Jesús? ¿Tal vez nosotros quisiéramos oír también la promesa de que sí lo encontraremos.

En la Pascua celebramos el día más grande de la fe cristiana. En esta Pascua nos damos cuenta de que servimos a un Cristo resucitado, a un Cristo vivo. ¿Qué significa eso para nuestras vidas? El Dios del universo nos visitó, vivió entre nosotros, murió por nosotros, fue sepultado y resucitó.

¿Qué significa todo esto?

Dios nos ha dado un gran regalo por medio de Jesucristo. Nos ha ofrecido algo gratis, sin que nos cueste nada y, sin merecerlo, nos ha dado vida. El precio de recibir ese regalo de Dios fue pagado en la cruz. Ahora se nos llama a compartir con los demás lo que hemos recibido. Se nos llama a compartir el regalo de Dios.

Cuando vamos buscando a Jesús, esto es lo que podemos encontrar: nada y todo, al mismo tiempo. Un Jesús que no podemos ver con los ojos físicos, y un Cristo tan verdadero que lo podemos sentir. Este es el regalo que Dios nos da. Este es el significado de la vida. En él encontramos sentido para nuestra vida. Porque él vive, nosotros también podemos vivir. Porque él resucitó, nosotros también podemos resucitar. “Pero, ¡si nosotros no estamos muertos!”, me pueden decir. Puede ser, pero ¡tampoco vivimos una vida nueva!

Cristo murió para que nosotros pudiéramos darle un sí a Dios. Ese sí nos trae una transformación llamada conversión. Conversión significa lo siguiente: un cambio de lo que éramos antes a un vivir nuevo.

Dios, por medio de Jesucristo, nos extiende una invitación para transformarnos en nuevas criaturas, por su medio se nos ofrece la oportunidad de que nuestra existencia tenga un nuevo significado, por su medio podemos vivir una vida nueva de fe en Dios. Pensemos seriamente esto. ¿Qué clase de Dios es este? Dios inicia la relación. Dios se entrega a la muerte en la cruz, por nosotros. Dios nos da el poder para aceptarlo. ¿Qué nos falta para entregar nuestras vidas a Cristo?

Hoy, Dios nos está invitando a que formemos parte de la relación personal más importante de nuestras vidas, relación con él. Dios ha mostrado su amor al morir y resucitar por nosotros. La maravilla es que no somos nosotros los que buscamos a Jesús, sino que él ya nos busca para reconciliarnos con él y los unos con los otros.

¿Por qué nos busca Dios? Dios quiere que compartamos nuestra vida con él, entregando nuestras vidas a Cristo. Entonces nos convertiríamos en apóstoles. Pertenecerle a Cristo significa llevarlo al mundo donde vivimos. Si queremos que nuestra iglesia cambie y sea lo que Dios desea, primero tiene que darse un cambio en nuestro interior.

Hoy es Pascua de Resurrección, día en que se renuevan los votos bautismales. Día en el que nos comprometemos con el Señor. Esta es nuestra gran oportunidad de entregar nuestra vida a Cristo de una manera consciente y responsable. El futuro de la Iglesia depende de la renovación de nuestra alma, porque sólo así ésta se elevará a ser lo que Dios desea para el bien de la comunidad. Hermanos y hermanas, que Dios nos dé la gracia para que entreguemos nuestra vida a Cristo esta Pascua de Resurrección.

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