Las reacciones no se han hecho esperar. La aprobación de la Iglesia Episcopal de continuar con el nombramiento de obispos gays y lesbianas activos pueden llevar a la iglesia anglicana a un cisma que parece inminente. Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, ha mostrado su preocupación por la división creciente entre los obispos, aún dentro del seno de la Iglesia Episcopal. De hecho, 39 obispos episcopales han firmado un documento en el que se niegan a aceptar las decisiones de la pasada Convención general relativas a la sexualidad humana. Wiliams advierte igualmente del grave perjuicio que supone lo ocurrido para el avance en el diálogo ecuménico con católicos romanos y ortodoxos.
El documento, llamado «La declaración de Anaheim», expresa el desacuerdo total con las decisiones de la pasada Convención General relativas a la sexualidad humana. Los signatarios se comprometen a no ordenar homosexuales, ni permitir las uniones de personas del mismo sexo, ni permitir intromisiones en los límites territoriales de sus diócesis.
Y por otra parte, el Episcopado de Los Ángeles ha preseleccionado a un hombre y una mujer pastores, gay y lesbiana activos respectivamente, entre los seis candidatos a ocupar el cargo de obispo. Una medida que la convierte en una de las primeras diócesis en Estados Unidos que levanta la prohibición de facto sobre el nombramiento de homosexuales en la jerarquía eclesiástica.
El obispo de Los Ángeles, el reverendo J. Jon Bruno, es un declarado defensor de los derechos de los homosexuales en la iglesia. «Confirmo cada uno de los candidatos y estoy encantado de la amplia diversidad que ofrecen a esta diócesis», declaró Bruno a través de un comunicado.
Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, ha admitido que la «cuestión gay» ha llevado a esta iglesia a una división que parece ya insalvable. En su empeño por evitar formalmente un cisma dentro de la que se considera tercera comunión cristiana del mundo (tras la Iglesia Católica Romana y las iglesias ortodoxas en comunión con el patriarca de Constantinopla), Williams habla ahora de respetar las «dos formas de ser anglicano».
El 27 de julio, Williams dijo que es posible que la Iglesia Episcopal en Estados Unidos tenga que aceptar un papel secundario en la comunión anglicana mundial. Añadió que «ya se han expresado ansiedades muy serias» acerca de las resoluciones de la reciente Convención General.
Williams preconiza ahora la idea de mantener en paralelo lo que ha llamado «dos formas de dar testimonio de la herencia anglicana», en lugar de hablar abiertamente de cisma «en términos apocalípticos». Williams, que hace dos semanas consideró «decepcionante» la decisión de los episcopales, ha lamentado, refiriéndose a la causa última de la división, los prejuicios y la violencia contra gays y lesbianas, hechos «pecaminosos y desgraciados», pero ha insistido en que «no se trata de una simple cuestión de derechos humanos o de dignidad. Se trata de la elección de un estilo de vida que tiene consecuencias… Y el que la sociedad cambie sus actitudes no es suficiente razón para que la iglesia cambie su disciplina».
Al dirigirse a los setenta y siete millones de anglicanos en el mundo, Williams, además de exhortar a la unidad interna, se ha apoyado en el desastre que resultaría para el ecumenismo, es decir, para el camino de unión con las otras iglesias y comunidades cristianas, en primer lugar con la Iglesia Católica Romana. Y es que las resoluciones aprobadas en California están en profunda contradicción con la doctrina y la práctica de los católicos romanos y de los ortodoxos. Williams ha objetado que el matrimonio entre homosexuales no tiene ningún fundamento en las Sagradas Escrituras. Y la Comunión Anglicana debe atenerse a ellas, sin seguir las cambiantes reglas sociales que, por ejemplo, en seis estados americanos permiten el matrimonio de parejas homosexuales. Mucho menos admitiendo al sacerdocio y al episcopado hombres y mujeres que conviven con personas del mismo sexo.
¿Pacto de ortodoxia?
Por lo tanto, para evitar este y otros posibles cismas, Williams ha propuesto a las cuarenta y cuatro provincias que componen la comunión anglicana suscribir un «Covenant», un pacto sobre la ortodoxia bíblica. Entre quien lo suscribirá y quien no, se separarán los caminos, pero no del todo. Por un lado estarán aquellos que se cimientan en la tradición bíblica, comparten una visión común sobre la doctrina y la praxis anglicana, se sienten parte de una más amplia hermandad con las otras Iglesias y comunidades cristianas. Por otro lado estarán aquellos que darán la prioridad a las decisiones de la propia comunidad y concebirán la comunión anglicana como una libre federación de cuerpos independientes, que simplemente tienen una historia cultural común a las espaldas.
Los fieles podrán suscribir el «Covenant», cuando su provincia no lo haga. Y en cada caso –ha subrayado Williams– solamente los firmantes del pacto participarán de los encuentros ecuménicos en calidad de representantes de la Comunión Anglicana, en modo que las otras Iglesias y comunidades cristianas sepan siempre quiénes son y qué cosa piensan aquellos con los que se encontrarán para dialogar.
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