martes, 8 de septiembre de 2009

Pentecostés, algo más importante que el cumpleaños de la Iglesia

Por Rowan Williams*.

A veces la gente habla de Pentecostés, como el cumpleaños de la Iglesia. Nunca he estado completamente seguro de esto y creo que el cumpleaños de la Iglesia es el cumpleaños de Jesucristo. O quizás, si se quiere poner en forma ligeramente distinta, es la Pascua - el principio de la comunidad reunida en torno al Cristo resucitado.
De hecho, no se puede realmente dar una fecha simple de cuando la Iglesia comenzó. Es lo que sucede cuando Jesús reúne personas alrededor de él en el nombre de su padre, para reconciliarlos y construir con ellas una nueva comunidad. Pero Pentecostés es celebrar algo muy esencial y muy nuevo sobre la realidad de la Iglesia naciente, como la historia que se nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles, es el momento en que los amigos de Jesús, descubren que pueden comunicarse a todo tipo de personas que nunca pensaron que estarían hablándoles.
Ellos tenían el Don de lenguas. Ellos podían salir y dar sentido a toda esta gran multitud de peregrinos de todas las naciones reunidos en Jerusalén. Ellos podían construir puentes con extraños y así, mientras ya había una comunidad reunida en torno al Cristo resucitado, la Iglesia había comenzado.

Es en este momento cuando parece que los primeros cristianos realmente empezaron a comprender que lo que decían acerca de Jesús es algo que puede ser comunicado, en principio, absolutamente a cualquiera, a todo ser humano hasta los confines de la Tierra.
Así que Pentecostés es el momento en que la promesa y el mandato dado al final del Evangelio de San Mateo se convierte en una realidad. “Vayan y hagan discípulos hasta los confines de la Tierra", dijo Jesús, “Hagan discípulos a todas las naciones". Y así, el día de Pentecostés el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia para construir puentes con los extraños. Es un recordatorio de que cuando pensamos en el Espíritu Santo en la Iglesia cristiana siempre estamos pensando en la manera en que Dios hace las conexiones. Es el Espíritu Santo el que nos une con Jesús y por Jesús a Dios Padre.

La palabra Pentecostés viene del griego y significa el día quincuagésimo. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34,22), esta fiesta en un principio fue agrícola, pero se convirtió después en recuerdo de la Alianza del Sinaí. Los cincuenta días pascuales y las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas aisladas de acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un solo y único misterio.
Pentecostés es fiesta pascual y fiesta del Espíritu Santo. La Iglesia sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con la venida del Espíritu Santo. Es hasta entonces, que los Apóstoles acaban de comprender para qué fueron convocados por Jesús; para qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia íntima con Él.
El Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa, infundiendo sobre ella sus siete dones, dándoles el valor necesario para anunciar la Buena Nueva de Jesús; para preservarlos en la verdad, como Jesús lo había prometido (Jn 14.15); para disponerlos a ser sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones.
Los siete dones del Espíritu Santo son:
* Sabiduría: nos comunica el gusto por las cosas de Dios.
* Ciencia: nos enseña a darle a las cosas terrenas su verdadero valor.
* Consejo: nos ayuda a resolver con criterios cristianos los conflictos de la vida.
* Piedad: nos enseña a relacionarnos con Dios como nuestro Padre y con nuestros hermanos.
* Temor de Dios: nos impulsa a apartarnos de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.
* Entendimiento: nos da un conocimiento más profundo de las verdades de la fe.
* Fortaleza: despierta en nosotros la audacia que nos impulsa al apostolado y nos ayuda a superar el miedo de defender los derechos de Dios y de los demás.
Es el mismo Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta ahora, sigue descendiendo sobre quienes creemos que Cristo vino, murió y resucitó por nosotros; sobre quienes sabemos que somos parte y continuación de aquella pequeña comunidad ahora extendida por tantos lugares; sobre quienes sabemos que somos responsables de seguir extendiendo su Reino de Amor, Justicia, Verdad y Paz entre los hombres.
Al principio los cristianos no celebraban esta fiesta. Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de San Irineo, Tertuliano y Orígenes, a fin del siglo II y principio del III. Ya en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual.
Con el tiempo se le fue dando mayor importancia a este día, teniendo presente el acontecimiento histórico de la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles (Cf. Hch 2). Gradualmente, se fue formando una fiesta, para la que se preparaban con ayuno y una vigilia solemne, algo parecido a la Pascua. Se utiliza el color rojo para el altar y las vestiduras del sacerdote; simboliza el fuego del Espíritu Santo.
La Iglesia nacida con la Resurrección de Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas distintos”, (Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad anunciada por Cristo en su Evangelio.
La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que "estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,4).
Es el Espíritu Santo el que trae la relación de comunión entre los creyentes cristianos. Es el Espíritu Santo el que nos da las palabras que decimos a Dios en oración, así como nos dice san Pablo. Y es el Espíritu Santo, como en los Hechos de los Apóstoles parece decir, el que nos ayuda a comunicarnos de manera efectiva, 'cristianamente' con los otros. Es el Espíritu Santo el que nos da las palabras para compartir las buenas noticias con otros, incluso en los ambientes que son extraños y desconocidos para nosotros.

Una semana antes, Jesús se había "ido al Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su segunda y definitiva venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida a la Iglesia, quien la guía y la conduce hacia la verdad completa. Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: "…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20)
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios. (Cf. Gal 5,13-18; Rom 8,5-17).
El hombre prudente, sabe que necesita luz en su inteligencia y fuerza en su voluntad para pensar y hacer lo que Dios quiere. Esa luz y esa fuerza solamente vienen de lo alto; es el Espíritu Santo quien provee al cristiano de todo lo que necesita para su caminar en la vida. Por eso, todos los días nos conviene invocarlo.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido, luz que penetras las almas, fuente de mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo; tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego; gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo. Doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
* Rowan Williams es el Arzobispo de Canterbury, Primado de la Comunión Anglicana.


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