Editorial
¿Por qué resuena entre nosotros esa voz de alegría y de victoria? ¿Por qué es este día tan importante para el pueblo cristiano? ¿Cuáles son las consecuencias de la resurrección de Cristo y las implicaciones de ese evento?
No hay día más importante en la vida de un cristiano que el de la resurrección de Jesús. Aunque en el mundo del negocio la celebración de su natividad parece oscurecer la importancia de la pascua, hoy, es el día en que, como dice el salmo: “Hay voz de júbilo y victoria en las tiendas de los justos” (Sal, 118,15).
¿Por qué resuena entre nosotros esa voz de alegría y de victoria? ¿Por qué es este día tan importante para el pueblo cristiano? ¿Cuáles son las consecuencias de la resurrección de Cristo y las implicaciones de ese evento?
Primero, la resurrección de Jesús nos invita a una vida nueva. San Pablo dice a los Colosenses: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1). Por el bautismo, la Iglesia nos llama a una vida nueva en Cristo. “Si hemos sido sepultados con él”, dice Pablo a los romanos, “también hemos resucitado con él”. Hoy es un día excelente para renovar los votos bautismales y para dedicarnos, con más ahínco, a la vida nueva que heredamos por la resurrección de Cristo y en nuestro bautismo.
Segundo, la resurrección de Cristo es un acontecimiento con implicaciones universales que sobrepasa todas las fronteras creadas por los hombres. En los Hechos de los Apóstoles encontramos a Pedro declarando lo siguiente: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato” (Hch 10,34-25). La resurrección nos invita al evangelismo y a la proclamación del la Buena Nueva de salvación: “Cristo ha muerto.
Cristo ha resucitado. Cristo volverá”. Pedro salió ese día y proclamó sin temor el significado de la resurrección. Cristo nos invita, con el poder de su Espíritu, a realizar lo mismo. Pero, tenemos que tener en cuanta que la predicación del evangelio tiene que llevarse a cabo con amor y comprensión. Hemos de respetar y aceptar que hay personas, que tienen otros sistemas de creencia y otra visión religiosa.
Según la teoría del “cristianismo anónimo”, Dios salvará a todos los que lo reverencian y obran el bien, aunque sea fuera del contexto cristiano.
Dicen que una vez murió alguien que no pertenecía a ninguna religión oficial, pero que era una persona llena de amor y creía en un poder supremo. Cuando llegó al cielo san Pedro lo invitó a una pequeña gira: “Aquí están los bautistas”, dijo. “Allí se encuentran los anglicanos, al lado de los luteranos, etc.” Y, finalmente, dijo Pedro: “Cuando pases por esa zona, no hagas mucha bulla pues ahí se encuentran los católicos romanos, y piensan que son los únicos en el cielo”. En la mansión del Padre hay muchas moradas para todo el mundo.
Finalmente, la resurrección de Cristo nos invita a un apostolado del que todos puedan participar, no sólo los hombres. Es interesante observar cómo en el evangelio, “las que llevaron la noticia - de la resurrección - a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María madre de Santiago” (Lc 24,10).
En la cultura latina existe la tendencia de relegar a las mujeres a posiciones inferiores a los hombres. Las mujeres muchas veces son objetos de uso y abuso. ¡Pero en realidad, Dios se sirvió de las mujeres como primeras evangelizadoras! En nuestra Iglesia, las mujeres tienen tanto derecho a todos los niveles de ministerio como los hombres. Si no hubiese sido por las mujeres, quizás la Iglesia no hubiera crecido como lo hizo en los primeros siglos del cristianismo.
La resurrección de Cristo nos invita a una renovación personal. Hoy damos gracias a Dios por su amor y por su triunfo sobre el pecado. Y le pedimos que siga transformando nuestras vidas con la presencia de su Hijo resucitado entre nosotros
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