Editorial
“Recuerda que eres polvo y en polvo te has de convertir” Con estas palabras y la imposición de ceniza en nuestras frentes la Iglesia llama cada año a sus fieles a celebrar el tiempo de Cuaresma.
La Cuaresma es la estación penitencial que comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes del Santo Triduo, es decir, la víspera del Jueves Santo. Durante la Cuaresma las vestimentas son de color morado, que implica penitencia. Se omite la palabra “aleluya” y no se usan flores. Es costumbre ayunar y sacrificarse. Se nos urge a un arrepentimiento de nuestros pecados, y a una mejora espiritual de nuestras vidas.
La Cuaresma comenzó como un período de preparación para las personas que iban a ser bautizadas. Que se iban a incorporar a la familia de Dios. Era un tiempo preparatorio de enseñanza, ayuno y oración. Al final de esta estación, los catecúmenos (candidatos al Santo Bautismo) eran bautizados el día de Pascua de Resurrección. Antes de su bautismo, durante la eucaristía solamente podían participar en la liturgia de la palabra y tenían que irse de la iglesia después de la paz.
Al principio, la duración de la Cuaresma varió. Pero con el pasar el tiempo la Iglesia decidió fijarla en cuarenta días como recordatorio de los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, el tiempo que Noé estuvo en el arca y los cuarenta años que Israel anduvo errante en el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Evidentemente estos números son simbólicos. Indican un período de tiempo sin ser literales en el número que indican.
Si nos fijamos, en todas las ramas y actividades de la sociedad se observa esta realidad de significado trascendente. Efectivamente, vemos cómo el deportista practica “cuaresmas de ejercicios físicos” si quiere encontrarse en forma de competición. Vemos cómo, al estudiante que ha perdido el tiempo divirtiéndose le llega el momento de una cuaresma rigurosa si quiere pasar los exámenes. Vemos cómo los voluntarios al ejército han de someterse a un entrenamiento rigurosísimo si quiere permanecer en él. Nadie puede escapar de la filosofía profunda que implica la idea de una cuaresma. De hecho, en un sentido mucho más profundo, toda nuestra vida es una cuaresma. Es decir, durante toda nuestra vida hemos de estar preparándonos para la otra vida.
Por eso, hoy tenemos tanta necesidad de observar la Cuaresma como nuestros antepasados. Como ellos, tenemos que comprender que cuando vivimos separados de Dios, nuestras vidas se deforman; las familias, las sociedades y el mundo entero pagan un precio muy grande.
Tenemos que recordar que el pecado nos aparta de Dios. Tenemos que recordar que separados de Dios somos como ramas que, cortadas del tronco, se marchitan, mueren y terminan en el fuego o podridas en el suelo. Tenemos que recordar que el crimen, la pobreza y la injusticia en nuestra sociedad, son causados por nuestra separación de Dios. ¡La avaricia y el egoísmo que nos mueven causan tantosmales en el mundo!
Esto quiere decir que a la hora de optar por un sacrificio. A la hora de decidir cómo sacrificarnos durante esta Cuaresma que iniciamos, hemos de pensarlo bien, y no escoger algo que no cale en nuestras vidas. De nada nos sirve dejar de tomar dulces, por ejemplo, si en nuestro hogar seguimos malhumorados, riñendo, e incluso, a veces, pegándonos. Hemos de escoger sacrificios que erradiquen el pecado de nuestras vidas. El pecado no es ni más ni menos que lo que daña nuestra relación con Dios y con los seres humanos y queridos. Todo aquello que se interponga en nuestra relación con Dios y con los demás hemos de eliminarlo. Para ello hemos de ser sinceros y honestos para con nosotros mismos.
Un ejercicio falso no conduce al triunfo. Un sacrificio que no duele no produce fruto. ¡Imitemos a Jesús.
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